sábado, 1 de abril de 2017

"TIERRA MADRE" - Nota introductoria

Tierra madre



Nota introductoria

Ya que este libro tiene como destinatarios tanto a los polacos y sus descendientes como los que no, me he tomado el atrevimiento de escribir unas breves notas sobre Polonia y las vicisitudes de un Estado que supo ser muy importante, y en determinadas etapas de la historia, perderlo todo, ser ocupado, diezmado, su lengua prohibida, sus recursos expropiados, y sin embargo, permanecer. Pero no permanecer de cualquier manera, si no permanecer siendo polaco.
Quizá sirvan para quien es ajeno, y quiera comprender por qué a setenta años de la Segunda Guerra Mundial, y cuando el mundo y las nuevas generaciones tienen otras inquietudes, un nieto de polacos, en pleno siglo XXI, escribe un libro para recordar a su humilde abuelo, ex combatiente, como tantos otros, en esa guerra indigna en la que Polonia toda estuvo más cerca que nunca de ser exterminada por las hordas nazis bajo órdenes de Hitler, quien también había ordenado la destrucción total de Varsovia, y la construcción de un lago artificial en su sitio…
Polonia es llamado en muchas ocasiones el país de las mil invasiones. Desde su bautismo en el año 966 de nuestra era, literalmente no ha conocido un solo año entero de paz. La estratégica ubicación geográfica, emplazada en el centro de Europa, y el hecho de ser una gran llanura fértil desde el Báltico hasta el inicio de las cadenas montañosas del sur la han convertido siempre en un blanco muy importante de las dos grandes corrientes invasoras del continente, la del Este, por donde llegaban hordas asiáticas (mongoles, turcos, tártaros, etc), y la del Oeste, desde donde Prusia (luego Alemania), y Austria se repartieron el territorio polaco junto con Rusia a finales del siglo XVIII.
Gran parte del duro y obstinado temperamento polaco se forjó ahí, tras las particiones y la completa pérdida territorial del que hasta entonces había sido uno de los Estados más importantes de Europa con aproximadamente 1.000.000 de Km2 a principios del siglo XVII.
No cuento en estas breves líneas con espacio suficiente para transmitir la importancia que el reino de Polonia/Lituania tuvo para la cristiandad, luchando en repetidas ocasiones contra las invasiones turcas que ya habían asolado Bizancio y los Balcanes, y manteniendo la fe católica como columna vertebral del ser polaco.
Polonia conmueve a los que la amamos, conmueve su nombre, en el idioma que sea. Conmueve su historia, plagada de luchas y resistencia heroica, el ver pelear a los niños, como en el mítico levantamiento de Varsovia, en 1944, peleando casi sin armas contra los alemanes, muchas veces ya sin sus padres que habían caído antes. Conmueve la bandera, porque está forjada con sangre, la de los millones que lucharon y cayeron por la tierra del águila blanca, símbolo nacional por excelencia.
Como también conmueven sus canciones, su rico folklore, su cultura. Polonia le ha dado al mundo un Papa que ha sido un ejemplo extraordinario del temperamento polaco que quiero transmitir, a sus escasos 20 años ya había perdido a su familia, estuvo encerrado en al campo de concentración de Auschwitz, sufrió la guerra como todos los demás, se ordenó sacerdote, dio misa de noche y muchas veces en botes ante la prohibición del sistema comunista impuesto a la fuerza tras la derrota del nazismo, y ya siendo Papa, desafió abiertamente a ese mismo sistema convencido de que ningún aparato, ni ejército, ni nada podría doblegar al pueblo polaco si no perdía su fe.
Predicó y viajó por el mundo como nadie, con un idealismo muy eslavo que nos caracteriza, idealismo que hace anteponer el suelo, la Tierra Madre, a los propios intereses personales o familiares, que hace por ejemplo, que un humilde minero nacido en un pequeño lugar llamado Wietrzychowice, ya casado y con dos hijos, dejase todo y a todos para acudir a ese grito, a esa defensa de lo natal, lo sagrado, lo que no se negocia porque no tiene precio.
Nos gusta pensar a quienes escribimos y nos sentimos parte del extenso e invalorable mundo de la literatura, que los libros son eternos. De alguna forma lo son, ya que cada persona, en la época que sea que lea alguno, lo mantiene vivo. Es emocionante pensar, que un libro nos sucede en tiempo, y si esto es así, para mí es increíblemente satisfactorio pensar, que cuando ya mi abuelo no está, y cuando yo mismo no esté, alguien, donde sea y en al año que sea, podrá leer “Tierra Madre” y tener una idea de lo que fue esa generación de héroes polacos que se va perdiendo por obvios motivos temporales, pero aún así, permanecer, permanecer en la memoria no solo mía y la de todos los que nos consideramos sus herederos, sino también en la memoria de cualquiera que lo lea.

“Za naszą i waszą wolność”
“Por nuestra y vuestra libertad”

(Joachim Lelewel)